sábado, octubre 31, 2009

Desgarrar historias

 “Gunard quedó desnudo en el sofá del estudio, sin creer lo que había ocurrido y con un ángel en la garganta, al decir de Rilke. Por primera vez sentía que algo podría distraerlo completamente del mundo. De su propio mundo, y así estuvo dos días, sentado en el sofá, desnudo, esperando a Cécile, sin querer quitarse de encima su olor”. Santiago Gamboa, Necrópolis. Norma. 2009.



Es tal vez uno de los pocos travesaños que estás seguro de querer andar, en esas se la pasa uno desde el momento en que lo decide, aunque si se trata de precisarlo es muy difícil acertar con la fecha o el momento en que se decretó que en la vida lo que se quería con más fuerza era contar historias, y lo mejor, afinar una especie de don que poco a poco se adquiere, no el de escribir porque ese te asalta, se presenta como un hacer irreversible y se adquiere después de mucho rato de teclear, después de muchas manchas de tinta en los dedos, en las manos y hasta en la cara; es mejor una suerte de aura que toma los tonos que se quieren, un haz de luz quitapenas que te permite penetrar en las historias que aún no entiendes por qué la gente te cuenta. O tal vez esté en el rostro y ni uno mismo lo ha descubierto, o en la voz, ¡quién sabe! Pero es un ese algo que hace que la gente se desmorone en frente tuyo, sin ni siquiera sospechar que te pasás la vida arañando historias.

Ayer una vez más sucedió, como tantas otras veces, pero esos instantes aunque fueron muy cortos, permitieron que el aliento se detuviera para imprimirlos hoy en líneas, y mañana seguramente en trozos de celuloide. Salía de Muelle del Hipopótamo, un bar restaurante de unos amigos en el que semanalmente se hace un cineclub más alterno que todos los cines alternos porque el sólo interés es dejarse envolver un rato por esas historias contadas en imágenes. La cita era con Párpados Azules, ópera prima del mexicano Ernesto Contreras. Cada vez que la veo me gusta más, le encuentro más detalles que antes no había tenido en cuenta, y eso que para muchos es la historia más lenta del mundo y en la que no pasa nada. A ratos, quisiera tener el desabroche de un público que gritaba: “agárrala, dale un beso de una vez, emociónate aunque sea un poquito”, tal como sucedió la primera vez que la vi en el Festival Internacional de cine de la Habana en el 2007. Dos soledades en medio de la ciudad latinoamericana más grande de todas: El D.F., dos seres anodinos que intentan recuperarse de un sentir que ya no tienen, de una pasión que ya no existe o simplemente los ha olvidado. Dos tristezas, como las que había descubierto el día anterior cuando tuve que detenerme un rato y preguntarme si lo que había visto no era la realidad de un documental sino la ficción más cruda, la más amarga. Aún está indeleble en mi memoria cada tramo del estreno de La Sangre y la Lluvia, de Jorge Navas, aún duele la historia de Jorge, un taxista derrotado por la muerte inexplicable de su hermano, aún golpea y me hace estremecer el cuerpo el injusto desenlace cuando encuentra en medio de su dolor a Ángela, una mujer que además de solitaria parece como si quisiera desbordarse totalmente en sus delirios; el resultado, como es lógico no puede ser nada esperanzador. Es impecable la película de Jorge Navas, pero tan supremamente dura que pasarán varios días antes de poder regresar a sus crudas aunque bellas imágenes.

A partir de ahora podrá mirarse de otra manera al taxista que te lleve al destino que le marcas, y eso seguramente fue lo que sucedió anoche porque apenas saludé al que me llevaría a mi casa, sin preguntárselo, sin ni siquiera sugerirlo comenzó a contármelo: -Mire, estoy más ardido con esa novia que tengo, ¿a usted qué le parece? -Yo sólo abrí los ojos y sonreí como si me fuera a contar la mejor historia de aventuras. ¿Cómo así le dije? Cuénteme qué fue lo que pasó. En medio de su historia le fui diciendo hacia dónde iba, y el dejó de hacer parte de un simple relato en el momento en que con el mayor ahínco me dijo: -Es que a usted qué le parece, imagínese, yo llevaba 36 horas, 36 horas sin verme con ella- ¡Y uno creyendo que estas sensibilidades de contar las horas y las ausencias no pueden ser más que femeninas!, pues no, ahí está la clara evidencia de que no es así. -Pues sí, 36 horas sin verla, la llamo y le digo estoy aquí cerca de su casa mi amor, salga que tengo muchas ganas de verla ya. Pasé por la casa y ella entró al carro, me puse a darle besos y besos y se emputó, ¿usted puede creer que una mujer se empute porque uno le quiere dar besos y consentirla? -

Yo aún queriendo llamarme al orden me decía, ya, la película la dejaste en el bar, ésta es otra, una más real que la de anoche, la de ahora, y la que seguramente miraras mañana o pasado. -Y más encima la ex está ahí rondando, machacando a diario.-Ah, eso es otra cosa, le dije yo, de razón está tan molesto, ¿no será que usted lo que quiere es sacarle el cuerpo? No, aseguró. -Yo me quiero quedar con ésta, estoy dispuesto a todo con ella, pero me saca la piedra que sea tan agria, tan aletosa, ya quisiera yo que fueran conmigo como yo soy con ella, cantidad de mujeres se mueren porque uno sea así, pero va a ver, la voy a dejar esperando hoy, no la busco más a ver si se muerde. - Si le gusta tanto, pues insístale, de pronto es que nunca la habían tratado así y le da miedo. Ahí estaba yo nuevamente armando historias, hilvanando sentimientos que no me pertenecen, pero que me han contado como lo hizo este taxista, un hombre que ha podido llamarse Jorge, como el personaje principal de La Sangre y la Lluvia, pero éste no era un personaje, aunque hoy ya lo sea cuando se insiste siempre en que el primer y único deseo es desgarrar historias.

1 comentario:

walker dijo...

Fue un deleite completo para mi mente volver a saborear las imagines de una película tan puramente sincera y real como es Parpados Azules. Me transporte al jardín donde juntos caminan y comparten un picnic y donde las relaciones humanas se exponen en un extremo inexplicable para la mente pero insuficiente para el corazón. Esta historia del taxista logra poner muchos de mis pensamientos, transmitidos en aquella tinta de la que muchos se han untado pero pocos han logrado confundir con su propia sangre.

Archivo del Blog

Seguidores