Espeluznante, sórdida, aterradora, pero tan real como las calles donde la lluvia no cesa y el odio se instala primero como una simple gripe y luego como el más apocalíptico de los virus. Es un thriller psicológico excelso para nuestra ya no tan incipiente filmografía. Qué bueno para Andrés Baiz, un caleño muy joven y de esos cerebros fugados que regresó para pisar con pie derecho y con su ópera prima. Qué bien además para Tucán Producciones y Rodrigo Guerrero que sigue fielmente los principios del Mono Osorio, ese productor que nos dejó casi huérfanos al irse a rodar su último largo.
Hace algunos años hice una fila larga para que Mario Mendoza me diera su autógrafo en la portada de su novela Satanás premiada por Seix Barral en 2002, allí me escribió algo que sigue andando en mi cabeza todavía hoy cinco años después: “en este libro puse todos los personajes que encarnaron, para mí, la presencia del mal”; ahora traigo a cuento estas frases porque si ya Mario Mendoza nos había hecho revolcar las entrañas con la reconstrucción de los hechos brutalmente protagonizados por Campo Elías Delgado el 5 de diciembre de 1986, hoy la película de Andrés Baiz nos pone a temblar desde la escena de apertura hasta la escena del desenlace.
Aquí sí vale entonces la frase ya manida y harto utilizada: una imagen, vale más que mil palabras. No importa que no lo hayan contado, que Mario Mendoza haya escrito una muy buena novela sobre la presencia del mal y que de vez en cuando nos narren historias sobre los sobrevivientes de la masacre de Pozzeto, lo que realmente impresiona ahora es el estupor, la angustia y el dolor que causan una escena tras otra en esta mirada de los hechos. Siempre se dice que nunca una adaptación supera las páginas de una gran novela, pues aquí no aplica; y no porque la supere, si no porque es una nueva manera de ver de los hechos, una narrativa fílmica clara y en verdad impecable, comprometida, irreverente, tanto, como el personaje de Marcela Valencia que lastimosamente no aparece en los créditos iniciales y hace una de sus mejores interpretaciones.
Y la lista empieza sin poder terminar rápidamente. Blas Jaramillo como el padre Ernesto, sin palabras, el actor que hace algún tiempo me dejó con la boca abierta y los “pelos parados” con su interpretación de Ricardo III, en cada uno de los personajes que encarna es tan asombroso que deja sin habla. Y qué decir de Damián Alcázar, el mexicano que se confunde con cualquier transeúnte del altiplano y encarna a Eliseo, el mayor mal en la historia, en nuestra historia.
Hay que verla, no sólo por el deseo morboso de reconstruir los hechos y saber dónde cayeron las víctimas de un hombre cegado por la violencia, el desarraigo y la amargura, hay que mirarla despacio para pensar en la raíz de nuestro mal, ese que sale a flote cuando la gente ríe a carcajadas en el momento en que el padre Ernesto golpea con fuerza a un indigente que se le atraviesa con asedio para pedirle algo de comer, o cuando la maravillosa Teresa Gutiérrez que interpreta a la madre, le exige a su hijo Eliseo que no le vaya a pegar como seguramente ha intentado hacerlo sin nunca lograrlo, hasta que se llena de fuerzas y la ataca certeramente antes de ultimar a más de 22 personas que representaban para él, Campo Elías o Eliseo, tal vez otro Travis, tal vez Jekill, o Cho Seung-Hui, tal vez cualquiera que convierte todo su odio en muerte y desolación.